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miércoles, 12 de enero de 2011

La doncella y la muerte: Schubert y la venganza


Obra teatral del autor chileno Ariel Doffman, que el mismo autor adapto para ser realizada por Polanski en 1995. El país aunque no se menciona su nombre, tenemos diferentes objetos que permiten su ubicación, dinero: pesos chilenos, un cuadro gigante del poeta Pablo Neruda.  Desde los primeros planos escuchamos a uno de los protagonistas de la historia a Schubert. Paulina Lorca interpretada por  Sigourney Weaver asiste junto a su marido Gerardo Escobar (Stuart Wilson) a un concierto, sin mirarse, sostienen sus manos, hay tensión. Fondo a negro, ahora el paisaje, el acantilado, la certeza de que en la historia el abismo tendrá un papel. Escobar es un abogado que acaba de ser nombrado por el presidente para hacerse cargo de las victimas en el régimen militar, de los asesinatos, de todos aquellos que no pueden hablar. Paulina, su esposa, es víctima también, pero de las que constantemente viven con su dolor, con la tortura siendo un condicionante de su comportamiento, de su interacción con el mundo. Para cerrar el triangulo, testigo, victima, tenemos al victimario el doctor Roberto Miranda (Ben Kingsley). El escenario unirá a estas tres piezas, en una noche de lluvia, donde el teléfono, ni la radio, funcionan, una casa donde los tres deberán revelar secretos, un interrogatorio.  Paulina reconoce en la voz del doctor, la voz del responsable de su tortura, el que la inyectaba para calmar el dolor, la limpiaba de sus propios excrementos en su cara y después con música de fondo de Schubert la violaba. Escobar como su esposo, intenta convencerla de no llegar a los extremos, Paulina se ha planteado la posibilidad de violarlo con un palo de escoba, pero sabe que no sacaría nada de ello, lo único que desea es una confesión, saber el porqué lo hizo, tal vez un motivo para perdonar, para cerrar un ciclo, para volver a ser persona, olvidar el olor de su verdugo. La trama se desarrolla a un ritmo implacable, en ocasiones los planos de tortura nos recuerdan a lunas de hiel, la escena en el desenlace junto al acantilado, la ansiada y esperada confesión, se realiza en un primer plano, los ojos de ambos mirándose al fin sin velos, los del verdugo con su incapacidad de sentirse a la altura de las mujeres, con la necesidad de sentir el poder sobre ellas, una habitación iluminada, un cuerpo desnudo, indefenso, su sudor sobre la víctima. Paulina lo escucha atenta, el personaje obtiene lo que desea, es en ese momento en que el espectador y ella, renuncian a encargarse de dar muerte a un ser tan repulsivo. El final del film, es sublime, un magistral desempeño de la cámara, un travelling, que sustituirá a los espejos utilizados en la obra teatral, donde podemos ver a verdugos y víctimas en un mismo espacio, en la película, vemos a la familia del doctor, a sus hijos,suena Schubert, el dolor no se olvida, pero tampoco se perdona con la muerte de otro.