Bienvenidos al terror de autor, a la poética de la guerra. Posesión de Andrezj Zulawski, es de esas películas de atmosferas asfixiantes, inquietantes, perturbadoras, exquisitas en su idea de coito divino, de la posesión de Dios, del miedo frente a la violencia inhumana del Berlín de la guerra fría, pre caída del muro. Con esta premisa nos trasladamos inmediatamente a Teorema de Pasolini que si bien nos habla del concepto de acercamiento sexual, el peregrino, el invitado, no es tan bello, Dios, en esta ocasión es representado por lo visceral, lo repulsivo, la fe, lo divino, el monstruo, diseñado por Carlo Rambaldi, el mismo que creo Alien.
Se nos presenta un matrimonio, la llegada del esposo Mark (Sam Neil), Anna (Isabelle Adjani) de la que podemos destacar una interpretación implacable, que en momentos nos recuerda a una danza butoh, una coreografía de la muerte y dolor. El personaje de Mark, desde sus primeras escenas se muestra como un ser que ama a su mujer, pero le pide explicaciones, tras su regreso se pregunta, que ocurre, es posible sea una fase del matrimonio sufriendo desgarros, Anna es infiel?, que siente ella ahora?. Mark ha estado trabajando, lejos, la distancia ha enfriado la relación, hay un tercero.
Bob, el hijo de esta pareja, juega a aguantar la respiración bajo el agua, tal vez a no ser consciente de esta realidad, donde sus propios padres no saben qué hacer con sus vidas, con su fe, con su sensación de sentirse desprotegidos, responsables por mantener la promesa de familia, de cárcel.
Las manos de Mark tocan la espalda de su hijo y mujer, como si fuesen objetos de su poder, lo podemos ver en dos escenas que casi tienen una misma composición, Mark abraza a su hijo tras encontrarlo manchado de moras, símil de la sangre, y posteriormente a su mujer, tras el encuentro, con el otro. A medida que la trama aumenta, ingresa un nuevo personaje, que viene acompañado por su madre, Heinrich (Heinz Bennent), rasgos característicos: una manera de vestir monocromática, dependiendo de su estado de ánimo, alternando entre el blanco y el negro, movimientos que recuerdan a los cuadros de Egon Schiele, gestos de siquiátrico. Drogas, un niño herido en el cuerpo de un adulto. También esta la mejor amiga de Anna interpretada por la musa de Fassbinder , Margit Carstensen (las amargas lágrimas de Petra Von Kant), en ella vemos ese vacío interior que comparte con los demás participantes del film, personalidades llenas de necesidad, deformados por el mal. Con la pierna enyesada, metáfora de nuestra propia cojera, tal vez nuestros sueños también cojean decía Tom Waits.
El apocalipsis se ve en cada rincón de la casa, de cada locación, incluso algunos nombres de personajes no lo recuerdan como Emmanuel uno de los detectives contratados por Mark, personaje bíblico, alimento del ser que vive con Anna. El film nos habla de nuestras vías de escape, la locura, el cáncer, somos el motor de nuestra propia maldad. Somos insectos, el monstruo de Anna, su amante, nos recuerda a Cronemberg y desayuno desnudo, las vísceras penetrando a Anna, el sonido de las mucosidades rozándose con un cuerpo humano, el ser comienza a tener forma humana también, alimentándose de las partes de las víctimas. Escenas que no podemos dejar de comparar con el bebe de Rosemary. Un final abierto, a interpretaciones, pero con todas las claves para dejarnos indefensos. Y hacernos la pregunta, creemos en Dios? Podemos hacerlo mejor que Dios. Aguanta, Aguanta.
Y no es necesario una mutilación vaginal, señor Lars Von Trier, si el mal tiene forma, nada más bello que Isabelle Adjani, el metro, la leche, la sangre, el aceptarlo todo, la posesión.
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